Los argentinos dijeron basta. Se plegaron al discurso del economista Javier Milei que pregonaba “el fin de la casta” y compraron sus propuestas de un Estado mínimo, recortes en gastos públicos y algunas ideas sumamente disruptivas como la dolarización de la economía y el cierre del Banco Central.
Pero fundamentalmente le dijeron basta a la política profesional, a la del peronismo y la oposición que desde la recuperación de la democracia no supieron cuidarlos. En los últimos 20 años –de los cuáles 16 se vivieron bajo mandatos kirchneristas- los argentinos nos volvimos más pobres, engrosamos las filas del empleo informal, nos desconectamos del mundo, bastardeamos nuestra moneda, nos alejamos de los sueños propios como los de acceder a una casa, a un auto, a vacaciones. Le quitamos el sentido de dignidad al trabajo: hace tiempo que no alcanza con tener trabajo para no ser pobre.
Nos volvimos pobres y sobreocupados.
Todo eso, el algún momento, tenía precio.
El triunfo de Javier Gerardo Milei, 53 años, economista, liberal libertario, seguidor de los postulados de la Escuela Austríaca y autodefinido “anarco capitalista” tiene, en ese sentido mucho de lógica. Los argentinos dijeron basta al sinsentido en que se convirtió estudiar, esforzarse, trabajar para que todo eso se diluya y se discurra como agua entre los dedos frente a una góndola.
Así, se prefirió lo totalmente desconocido, lo inexperto, lo jamás probado. Lo loco. Hoy el 55.89% de los votantes dijeron que nada de eso les puede hacer tanto daño como lo que ya vivieron. Como lo que están viviendo.
Massazo al peronismo. De poco sirvió el arsenal de medidas que desplegó Sergio Massa, el ministro candidato, desde mediados de año, cuando comenzó la contienda electoral con las primarias abiertas.
El Plan Platita implicó, en estimaciones de la oposición y de algunos economistas, el gasto de 2 puntos del PBI en diferentes medidas para congraciarse con el electorado: enorme exención en el pago del Impuesto a las Ganancias, quita del IVA en alimentos para millones, aumentos y bonos a jubilados, créditos a empresas, etc, etc.
Tampoco alcanzó el contenido de una campaña anclado en todo lo malo que suponía inclinarse por Milei. La “campaña del miedo”, que tuvo fuerte adopción de los medios de comunicación no prendió en un electorado que parece haber perdido mucho y, sobre todo, el miedo.
Si bien a lo largo de estos meses Massa logró lo que parecía imposible (ser un candidato competitivo con una inflación corriendo al 150% de forma anualizada) en la elección clave no logró convencer a los millones de indecisos que no lo acompañaron en la primera vuelta.
Ahí parece haber estado la clave de esta elección: en las herramientas que tanto Milei como Massa desplegaron para captar a los millones de argentinos que no los habían elegido el 22 de octubre en esa primera vuelta y que volcaron sus sufragios en Patricia Bullrich, Juan Schiaretti y Myrian Bregman.
Tras el triunfo inicial de Massa en la primera vuelta (36% vs 30% de Milei) vino un debate el domingo 12 de noviembre pasado y la balanza parecía volver a inclinarse en favor del tigrense.
Pero los respaldos que logró Milei, en una jugada orquestada por Mauricio Macri a las pocas horas de la primera vuelta terminaron siendo vitales para acercarle al economista liberal el apoyo, los esfuerzos de fiscalización y los votantes que le hacían falta. Con el diario del lunes hay que decirle: este triunfo de Milei sólo fue posible por la irrupción en el esquema electoral de Mauricio Macri que aún a riesgo de hacer desaparecer a Juntos por el Cambio logró anticiparse a propios y extraños para acomodar la tropa y empezar a acarrearla hacia el campamento del libertario.
Así, luego de convertirse en diputado nacional en 2021 Milei se transformó en presidente sin experiencias ejecutivas previas y bajo el paraguas de un partido que sólo detentaba un puñado de años, que se cuentan con los dedos de una mano. En la segunda contienda electoral en la que participaba Milei se impuso como el nuevo jefe de Estado del país.
Lo que viene es desconocido, pero es el precio que la sociedad argentina le está haciendo pagar a la clase política por no haber hecho bien las cosas, desde hace décadas.