Por Eduardo Bocco. Pasó el primer debate y los cinco candidatos presidenciales coincidieron plenamente en un tema: ser políticamente correctos. Antes que ganar la discusión, les importó no dejar flancos que los hubieran llevado a una derrota, con la consiguiente pérdida de votos.
Se dio también otra mirada similar entre Javier Milei, Sergio Massa y Patricia Bullrich: tomar amistosamente a Juan Schiaretti. Seguramente, esa conducta no tenga que ver con la idea de festejar juntos el Día del Amigo. Los tres trataron de disputarse el “botín” que tiene el gobernador de Córdoba y que es el 3,8 por ciento de los sufragios.
Creyendo que el gobernador está afuera de un eventual balotaje le rindieron algunas pleitesías para conquistar a sus votantes. A nadie se le ocurrió contradecirlo cuando expuso sobre las inequidades y las asimetrías en la distribución de recursos nacionales. Silencio y en algunos casos asentimiento cuando se refirió a los privilegios del Amba y a los castigos al interior del país.
De todas maneras, pareció que Schiaretti se reiteró demasiado con un tema que había quedado absolutamente claro al comienzo de su participación. Tampoco hacía falta insistir tanto las bondades del modelo de su gestión porque en algún momento pareció que los habitantes de estas tierras vivimos en California y no en Córdoba.
¿A qué apunta Milei?
Schiaretti fue contundente cuando habló de derechos humanos y hasta pudo mezclar las consideraciones del tema con su historia personal. Sabía de lo que hablaba.
En tanto, Milei dejó algunas impresiones inesperadas: dijo que en el país hubo una guerra y que posiblemente el Estado cometió excesos, pero remarcó que no hubo 30 mil desaparecidos sino algo más de ocho mil. Estuvo en línea con lo que viene afirmando Victoria Villarroel, candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza.
En algún momento, quedó flotando en el ambiente del Forum de Santiago del Estero que a Milei sólo le faltaba decir que propiciará el indulto de los militares genocidas que desplegaron un accionar bestial en los años de la dictadura.
Obviamente no dijo nada de los indultos, sólo que se trata de una impresión personal sobre los dichos del candidato que se limitó a leer el prolijo libreto que tenía escrito, al igual que Patricia Bullrich.
A Milei se lo vio bastante calmo si se lo compara con sus destempladas apariciones en algunos programas de televisión o en actos partidarios en los que aparece como fuera de sí y con temerarias afirmaciones. En el primer debate se mostró manso, muy manso.
Lo incomodó Sergio Massa cuando le solicitó que pidiera perdón por haber ofendido al jefe de la iglesia católica del mundo, el papa Francisco. Allí, el libertario trató de acomodar el cuerpo cuando respondió que esas declaraciones fueron realizadas en otro contexto, cuando él no era candidato. ¿Esto equivale a decir que ahora, con la chapa de postulante presidencial no puede decir lo que piensa en realidad?
En el fondo, para responder este pedido, Milei dijo que no dijo lo que dijo y repitió hace muy poco.
Massa surfeó respuestas a preguntas sin contundencia y poco fundamentadas por parte de sus adversarios en la carrera presidencial. Casi no el preguntaron por el bochornoso caso Insaurralde ni sobre otros actos de corrupción. Prácticamente no se habló de Alberto Fernández y tampoco de CFK. Sus opositores no quisieron hacerlo en este primer tramo del debate.
A Patricia Bullrich se la tragaron los nervios en la primera parte del encuentro y tuvo dificultades para expresar su propuesta económica, y los rivales trataron de sacar ventaja con esa falencia.
A la socialista Myriam Bregman se la vio sólida y con un estilo desenvuelto, aunque eso no logró tapar su discurso, antiguo y sin propuestas que convenzan a la mayor parte de la ciudadanía.
Pasó el primer tiempo. Ahora viene la parte final en el bello auditorio de la Universidad de Buenos Aires, el domingo 8 de octubre.