Por Ariel Venneri*. Los más memoriosos recordarán la implementación del plan “canje” en la década del ´90 por parte del gobierno nacional. El mismo buscaba incentivar la venta de automóviles e impulsar la modernización del parque automotor, otorgando un bono a quienes entregaran su vehículo usado a un desarmadero. Este bono, luego podía ser aplicado como un descuento sobre el precio de compra de un auto nuevo. De esta manera se podía eliminar un “cachivache” que no servía por el ansiado 0 km.
Las autoridades económicas de la actual administración nacional están implementando un plan canje pero invertido, con la intención de reemplazar algo malo, por algo que es peor.
A principios de enero de este año, y después de una devaluación del peso del 118% aplicada en diciembre, recuerdo haber charlado con amigos y clientes, sobre las notables inconsistencias en las medidas económicas anunciadas por el nuevo gobierno.
En esas conversaciones, destacamos la falta de un programa sólido para estabilizar los precios frente a la inevitable escalada inflacionaria, que no podía ser frenada apelando, solamente, a una violenta recesión y el retraso de sueldos y jubilaciones. Por lo menos no, si se pretendía buscar una solución sostenible a largo plazo.
Efectivamente, lo más preocupante era la ausencia de un programa monetario claro. Para simplificar y evitar términos técnicos y “difíciles”, la cuestión es que, ante una inflación en alza, que difícilmente se reduciría a un solo dígito en un corto plazo, resulta ilógico que se haya establecido una pauta mensual de devaluación del dólar del 2% y que más aún, que se mantenga después de cuatro meses.
¿Por qué digo que es ilógico y que no se puede sostener? Mes a mes, el GAP entre inflación y devaluación del dólar impulsa un fenómeno que no es nuevo en nuestra historia económica más reciente: se genera una fuerte inflación en dólares.
En resumidas cuentas, el gobierno está aplicando una nueva versión del Plan Canje. Nos cambia inflación en pesos por inflación en dólares.
Mantener el dólar subvaluado, es decir, sobrevaluar artificialmente el peso, ha sido históricamente una tentación persistente para todos los gobiernos argentinos desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. En algún periodo de gestión, y bajo una u otra variante, esta estrategia ha sido un fuerte estímulo ya que genera la “sensación” temporal y efímera de “derrota” de la inflación.
En una economía donde hasta las abuelas en sus casas siguen la cotización del blue con la misma pasión que la telenovela de la tarde, un dólar planchado genera sensación inmediata de estabilidad y éxito.
No todo es lo que parece…
Pero las consecuencias que genera el retraso cambiario son muy malas, profundas y difíciles de revertir. Esto se debe a que quita el incentivo a las exportaciones, aumenta la importación indiscriminada y asfixia a las industrias nacionales -particularmente a las PyMES que son mucho más sensibles a la suba de costos en dólares-. Además, genera un aumento brusco del desempleo y la incobrabilidad, y desalienta la inversión local y extranjera. Todas “pálidas” que generan gravísimos problemas.
Si la inflación en pesos es mala, y a nadie hoy por hoy le queda dudas de esto, la inflación en dólares es la versión “XL” del mismo problema. Se pasa de la preocupación por los precios que no paran de aumentar por el temor a quedarse sin trabajo.
En la actualidad, hemos alcanzado un nivel de desequilibrio tan extremo que, por tomar un ejemplo muy llamativo, el costo en dólares de una canasta básica de alimentos en nuestro país supera en hasta un 50% el costo de la misma en países de la Unión Europea e, incluso, en un porcentaje mayor, en el caso de EE.UU. Para ponerlo en términos claros, hacerse un asadito completo en España cuesta menos de la mitad que prender el fuego en la parrilla de casa. Un desequilibrio de esa magnitud no dura mucho. Se corrige con medidas que se deben tomar en forma urgente, o peor aún, se corrige por sí solo.
* Ariel Venneri, consultor económico financiero y Fundador del Grupo MAHE.