Por Eduardo Bocco. En sus redes sociales, Jorge Asís reflotó una frase del filósofo santafesino José María “Tati” Vernet, que también fue gobernador de su provincia: “No es grave perder una elección, lo grave es la cara de boludo que te queda”.
El bombazo de Sergio Massa del domingo dejó a toda la oposición mal parada porque nadie esperaba algo así. De 38 encuestas que se elaboraron en la campaña electoral, sólo una vaticinó el triunfo del actual ministro de Economía con lo cual puede decirse que el nuevo escenario parece tierra desconocida.
Hay varios apuntes para expresar sobre la victoria y las derrotas: con los resultados en la mano, se aprecia que el Plan Platita II surtió el efecto, aunque a un costo infernal. Evidentemente, la devolución del IVA en la compra de productos de la canasta básica hizo furor entre los votantes, además de otros beneficios destinados a los sectores más postergados de la sociedad.
Ese programa de beneficios, considerado irresponsable por la oposición, no es el único motivo de la victoria. Obvio que las peleas desquiciadas de Patricia Bullrich, Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, entre otros, aportaron lo suyo para podarle sufragios a la fórmula de Juntos por el Cambio, hoy en estado de descomposición.
Y los errores no forzados de Javier Milei y su entorno se convirtieron en la gota que rebalsó el vaso. Las salidas de cadena del candidato, su forma desconsiderada para que el que no piensa como él y la vehemencia de alguna de sus propuestas lo hicieron besar la lona a la primera de cambio.
Entre torpeza e ingenuidad, el candidato del peinado revulsivo terminó echándose tierra encima. Pero nadie llega adonde llegó Milei de pura casualidad. El domingo a la noche y con tendencias irreversibles, su discurso fue claro, concreto y formuló un llamado racional a todo el arco antikirchnerista del país para representarlo en un eventual futuro gobierno. Sólo al final y como un tributo a sus fanáticos, peló su costado intolerante y agresivo. Se despidió con su clásico “viva la libertad, carajo” que repitió por tres y dejó el escenario.
Agradeció a sus votantes pero no felicitó al ganador, cosa que viene repitiéndose con frecuencia en la política argentina, pero eso a esta altura es más un detalle que otra cosa.
El massismo estuvo cauto y no se observaron expresiones revanchistas y tampoco hubo dirigentes que les gritaron el gol en la cara a sus vencidos. Pero acá algo debe quedar en claro: el ministro de Economía tiene chances de ser el nuevo presidente porque sacó más votos en la primera vuelta y quedó más cerca, pero se tiraría un tiro en el pie si organiza vueltas olímpicas anticipadas. “Tenemos que empezar la nueva etapa como si estuviéramos perdiendo, para motivar sobre todo a la militancia, que siempre tiene un rol preponderante a la hora de acercarse a la ciudadanía y pedirle el voto”, fue el razonamiento de un dirigente afín a Massa.
En el acto del domingo por la noche, Massa se presentó sólo en el palco. No había dirigentes ni banderas. Fue él. Y de esto se puede inferir que en un eventual gobierno suyo no habrá lugar para Cristina Fernández, para La Cámpora y todos sus derivados. Un motivo de preocupación para la actual vicepresidenta de la Nación, que luego de votar habló en público y lapidó a su jefe en los papeles, el presidente Alberto Fernández.
El lunes a primera hora ya empezaron a diseñarse y a ponerse en práctica algunas estrategias de Milei y Massa para captar a quienes no los consideraron opciones válidas en el primer turno electoral. Veremos en que terminan esas jugadas.
Dos cuestiones sobre Schiaretti
La segunda gran sorpresa de la elección fue el rendimiento de la lista que llevaba al gobernador Juan Schiaretti como candidato a presidente, que literalmente duplicó la cantidad de votos que obtuvo en las Paso. Si bien la vara estaba baja (había logrado 3,8 por ciento de los sufragios en las Paso), ahora dibujó una espiral ascendente que lo puso como una fuerza que podría ser árbitro en el Congreso, ante el tratamiento de determinadas leyes. Su fuerza tenía tres diputados nacionales, puso en juego uno y consiguió tres bancas, con lo cual tendrá un bloque con cinco representantes.
Los debates y sus propuestas racionales fueron, probablemente, los motivos de su crecimiento, que también fue inesperado. El gobernador saliente se instaló como una alternativa y se recibió de dirigente nacional.
Hasta ahí el vaso medio lleno, porque también existe un vaso medio vacío. Schiaretti corre un riesgo y ese riesgo se llama Massa.
Si el ex intendente de Tigre es presidente, automáticamente quedará consagrado como nuevo líder del peronismo, cargo implícito al que aspira Schiaretti. ¿Cómo competir con el que gana la elección? Ahí se le complica la situación aspiracional porque, además, aunque perdiera la segunda vuelta, también queda más que bien posicionado para dirigir los destinos del partido que fundó Juan Domingo Perón.
Y, pegado a esto está Martín Llaryora. El gobernador electo está prácticamente obligado a mantener una correctísima relación con los futuros habitantes de la Casa Rosada y eso es un condicionante para Schiaretti.
Llaryora debe arreglar la situación de la Caja, como prioridad, y eso lo lleva a llegar a un acuerdo amistoso con su deudor. Entonces, la pregunta es: ¿Qué hacer con Schiaretti en ese caso? Nadie lo imagina como jarrón chino, pero la solución no es sencilla.
Por lo pronto Schiaretti y Llaryora viajan a Arabia para firmar el financiamiento del acueducto Santa Fe Córdoba. Luego, empezará la nueva etapa y en el primer mojó estará la sortija, es decir nada más y nada menos que la elección presidencial.