Por Eduardo Bocco. Dicen en su entorno que el lunes 24 de julio Martín Llaryora no tenía más voz. La disfonía lo obligó a hacer una pausa y evitar el uso de las palabras. Su discurso de la noche anterior para celebrar el triunfo de Daniel Passerini estuvo dominado por las exaltaciones, la emoción y los desafíos al puerto.
Allí, cuando habló de “los pituquitos de La Recoleta”, inventó un cliché que inmediatamente se hizo meme y avisó que la carrera que empieza en la Gobernación de Córdoba tiene una meta: la Casa Rosada. Esa carrera durará cuatro u ocho años, por las dudas ya empezó a hacer contactos para construir puentes, lazos de contacto e instalar su figura, por ahora desconocida para el país.
Dentro de las recetas clásicas, eligió una ruta interesante porque se sabe que hay, por lo menos, tres maneras de relacionarse con el establishment del puerto: el diálogo, la confrontación o la indiferencia. Cualquiera de las formas tiene tramos escarpados o muy escarpados, de modo que la preferencia de quién lo transitará se vuelve central.
Está más que claro que el gobernador electo optó por la confrontación y así sacudió fuerte el árbol, cuyos frutos se volvieron proyectiles políticos y atacaron directamente a Juntos por el Cambio, sobre todo al precandidato presidencial y alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta.
El desfile de aviones privados que trasladaron a funcionarios y dirigentes al bunker del derrotado Rodrigo de Loredo se pareció mucho a la ostentación que hacían muchos dirigentes y funcionarios del gobierno de Carlos Menem cuando salían del ámbito de la Ciudad de Buenos Aires.
Gastadas por redes sociales
Eso enervó a los peronistas y seguramente no fue casual que cuando se hicieron públicas las primeras tendencias que favorecían a Passerini, un funcionario del riñón de Llaryora se mofara de los visitantes, sus aviones y a los que vinieron a pie, les sugirió que sacaran pasaje en el vuelo de Aerolíneas Argentinas de las 20 horas porque se iba a repletar.
Después siguió un coro que terminó con el vehemente discurso de Llaryora, que ayer fue duramente cuestionado por el sistema comunicacional de la ciudad de Buenos Aires, que administra un grupo de medios llamados falsamente “nacionales”. Obviamente, ni hace falta decir que las redes sociales y la tecnología en general se llevaron puestas las fronteras que demarcaban las provincias.
Ese camino de confrontación que escogió el todavía intendente de la Capital es complejo y muy riesgoso. Deberá levantar la guardia porque la réplica no tardará en llegar y a diferentes destinatarios.
Ayer, algunos hombre de Juntos por el Cambio pensaban en replicar atacando no sólo a Llaryora sino a su socio político, el gobernador Juan Schiaretti como una manera de provocarle inestabilidad al peronismo provincial o al partido cordobés.
Esto queda reservado para los patricistas porque Horacio Rodríguez Larreta tampoco puede agitar demasiado las aguas, ya que mira a Schiaretti como un socio preferencial para alisarle su camino a la presencia.
En un programa de TV por cable dijeron despectivamente de Llaryora que “el domingo se recibió de kirchnerista”. Esa es una mochila que deberá cargar el jefe del Palacio 6 de Julio en una provincia que es el principal bastión que se opone a Cristina Fernández de Kirchner, la heredera del fallecido ex presidente. Cada vez que puede, CFK se refiere a Córdoba como territorio enemigo porque en el fondo no tolera que haya gente que piensa diferente. Esa es una de las bases del problema.
Otro tema para poner bajo la lupa es la relación política del gobernador saliente y su futuro sucesor porque en las palabras de Llaryora del domingo no hubo cambios respecto a las que pronunció la madrugada del 26 de junio, cuando ganó la provincia. Habló de cambios de época y jubiló a un montón de dirigentes. Eso generó un revuelo de magnitud en el peronismo que después trató de explicarlo con palabras más suaves pero el domingo volvió al discurso original y si bien auspició la candidatura presidencial de Schiaretti, él se puso en la carrera aunque en otro tiempo. Y volvió a revolear a todos los dirigentes más 60 de su partido.
Tomó riesgos el gobernador electo que el 6 de octubre cumplirá 51 años. Él le dice a sus amigos que está a tiempo para afrontar esas aventuras. Hay que tener en cuenta que a veces la realidad no es tan benigna con las frases fuertes.