Según el economista, el cambio de las metas de inflación anunciado a fin de 2017 “ implica relajar el objetivo de 10 a 15 por ciento anual para 2018, es un nuevo episodio de prueba y error´ de un gobierno que recibió una pesada herencia, pero que también mostró falencias por asumir con un plan incompleto y sin el suficiente ensamblaje”.
A su vez, apuntó que los frecuentes recambios ministeriales forman parte de este cuadro y también en su momento el replanteo de las metas fiscales. “Obviamente, estos vaivenes afectan la credibilidad, pero sin alcanzar a opacar los avances de gobernabilidad del último período, con el Pacto Fiscal como hito. En realidad, en esta fase, más relevante que dar en el blanco en materia de inflación es cumplir con la reducción del déficit fiscal, para que el recorrido de la deuda pública se haga sustentable”, subrayó el especialista.
Asimismo, evaluó que tal como venía el mix de política económica, las elevadas tasas reales de interés comenzaban a amenazar la evolución del nivel de actividad, con lo que podría haberse afectado la recaudación impositiva, complicando la meta de un déficit primario en 3,2 puntos del PIB para este año. “En la práctica, los anuncios de fin de año significan que la tasa real de interés será al menos tres puntos porcentuales inferior a la que se perfilaba hasta diciembre, y que el tipo de cambio puede estabilizarse en un valor algo superior al de pocas semanas atrás. Este nuevo mix no es bueno para mantener acotadas las expectativas de inflación, que de hecho se corrigieron al alza, de 16,6 % a 17,4 % para este 2018, pero parece diseñado para evitar que el ritmo de crecimiento del PIB perfore el piso del 2 % anual, un riesgo sobre el que alertaron los últimos datos (desestacionalizados) del EMAE”, evaluó Vasconcelos.
Desde Fundación Mediterránea consideraron que el momento del anuncio tiene que ver con una mayor firmeza del ancla fiscal, luego de las reformas aprobadas por el Congreso, particularmente la vinculada con el sistema previsional, que acota la variación del gasto primario a partir de 2018. “La economía argentina cerró el 2017 con un cuadro monetario paradójico. Por un lado, la tasa de interés de corto plazo en un pico, 11 puntos porcentuales por encima de la inflación, por el otro, un verdadero boom crediticio, con una expansión del 44 % interanual. Las extraordinarias condiciones de liquidez del sistema financiero del arranque de 2017 hicieron que los bancos se despreocuparan de la captación de depósitos, que aumentaron a la mitad del ritmo de los préstamos”, evaluaron.
A su vez, destacaron que este desfase no puede extrapolarse a 2018: “o bien los bancos salen a tomar ahorros más agresivamente, o bien la oferta de créditos comienza a frenarse. Por una vía o por la otra, la contribución del crédito al crecimiento está destinada a ser bastante más débil que en 2017, un año en el que el stock de préstamos al sector privado trepó nada menos que 2 puntos del PIB. Con las tasas reales de interés vigentes antes de la modificación de las metas de inflación, este cambio de ritmo habría sido más notorio”, consideraron.