Con su llegada, prometen, se abrirán por fin las puertas a nuevos mundos de realidad aumentada y virtual. Pero hay que tener presente la cara B del 5G: en un planeta hiperconectado, las posibilidades de que seamos hackeados, espiados y controlados por empresas y Gobiernos se multiplicarán.
El 5G desembarca envuelto en campañas de marketing y comunicación que anuncian un mundo hiperconectado de cirujanos que operarán, desde la distancia y en tiempo real, mediante un robot, a pacientes de otro continente; de granjas inteligentes en las que se siembre, riegue y coseche con eficiencia gracias al procesamiento de datos del suelo y el clima, y de coches autónomos compartiendo información al milisegundo que nos avisarán de que hay una placa de hielo tras la curva.
Nuestros móviles descargarán más rápido. Nos bajaremos películas en un segundo. El tiempo que transcurrirá entre que enviamos un mensaje y este llega —la latencia—, por debajo del tiempo de respuesta de un ser humano.
La información viajará por bandas de alta frecuencia, habrá antenas por doquier farolas, mobiliario urbano y por las nuevas autopistas de la información circularán ingentes cantidades de datos.
La combinación de 5G e inteligencia artificial, caminaremos por la calle de una ciudad inteligente con unas gafas o unos auriculares que nos dirán el nombre de esa persona con la que nos acabamos de encontrar y del cual preferimos acordarnos.
La polémica sobre todas las vulnerabilidades de las redes despierta además el debate de si poner infraestructuras críticas en manos privadas, sea cual sea su procedencia, es una buena idea.
Cuanta más tecnología usamos, más problemas resolvemos, sí, pero cuantos más dispositivos haya y más información compartamos por el éter, más vulnerables seremos y más posibilidades habrá de que nos vigilen, de que nos espíen y, por tanto, de ser manipulados.